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En los últimos días, Rusia ha iniciado la que puede ser la última ofensiva de esta guerra, sobre todo teniendo en cuenta el agotamiento de su ejército y los recursos disponibles no tanto de reclutas aunque sí de blindados y armamento, cada vez más menguantes.
Con la llegada del buen tiempo, los ataques se han multiplicado en toda la línea del frente, pero especialmente en la zona de Pokrovsk, corazón del Donbás, y en la frontera norte, en la región de Sumy. Es el mismo lugar en el que el pasado domingo de Ramos Rusia mató a 35 civiles en el centro de su capital con dos misiles Iskander cargados con la prohibidísima munición de racimo en áreas urbanas.
Desde hace unas semanas, el alto mando ucraniano venía avisando de grandes concentraciones de tropas rusas en la frontera con la vecina Kursk. Moscú ha intentado, de momento sin éxito, penetrar en las defensas que Ucrania ha preparado durante todo el invierno. La estrategia es tratar de conseguir conquistar al menos una capital de provincia en Ucrania, algo que podría venderse como una victoria en Moscú, ya que desde que comenzó la invasión Rusia no ha conseguido retener ninguna. Incluso Jersón, controlada durante los primeros días de la guerra, la acabaron perdiendo meses después. Tomando Sumy, además, podrían amenazar todo el abastecimiento hacia la ciudad de Járkiv, la segunda más importante del país, y tratar de aislarla.
Pero la realidad a estas alturas es que cualquier avance ruso se paga con miles de soldados. Ayer mismo, el servicio de Inteligencia británico cifró en 1.300 bajas las diarias en el ejército ruso, algo menos que el poco de muertos y heridos, fijados en 1.600 a finales de 2024.
Del supuesto alto el fuego que pretendía negociar Vladimir Putin con Donald Trump nada se sabe, porque Moscú planea y ejecuta ofensivas que tardan meses en preparar mientras que masajea el ego de Trump y de sus enviados al Kremlin, como Steve Witkoff, que hasta se llevó la mano al corazón antes de chocar la mano de Putin.
Ante el brutal bombardeo del domingo en Sumy y el desconcertante papel de Trump, que se refirió al ataque como «un error», Zelenski envió un mensaje personal al presidente de EEUU: «¿Crees que entiendes lo que está pasando aquí en Ucrania? Antes de cualquier negociación, vengan a ver a la gente, civiles, soldados, hospitales, iglesias, niños heridos o muertos. Verán lo que hizo Putin». Pero la respuesta de Trump fue aún más cercana a la posición de Moscú: «La guerra entre Rusia y Ucrania es la guerra de Biden, no la mía». Y siguió: «Biden y Zelenski hicieron un trabajo horrible permitiendo esta guerra». En las críticas que llegan desde la actual Casa Blanca, jamás Putin es el responsable de nada, pese a que sólo él ordenó una invasión de un territorio soberano y democrático y su ejército lleva más de tres años cometiendo atrocidades en Ucrania.
Sumisión
La sumisión de Trump y todo el mundo MAGA (Make America Great Again) con la Rusia de Putin contrasta con la casi unánime respuesta que el ataque encontró en los aliados europeos de Ucrania. Todos salieron en bloque a condenar el bombardeo, al igual que la pasada semana, cuando Rusia atacó un parque infantil en la ciudad de Dnipro.
Como si quisiera dejar claro esa distancia, Zelenski fue agradeciendo en su cuenta de X a todos los líderes (incluyendo a Pedro Sánchez) que se solidarizaron con Ucrania tras el bombardeo, lo que aún hizo más patente el vacío dejado por EEUU. Ni Trump ni Vance se refirieron al ataque por redes sociales.
En este contexto, el nuevo canciller alemán Friedrich Merz, que parece mucho más resuelto que el socialista Olaf Scholz, ha vuelto a sacar a la palestra la entrega a Ucrania de los misiles de crucero Taurus, capaces de alcanzar blancos a más de 400 kilómetros de distancia, lo que complicaría aún más la logística rusa.
Mientras que el Kremlin se prepara para su fiesta del 9 de mayo, el llamado Día de la victoria en la Gran Guerra Patria, que es como se denomina en Rusia a la Segunda Guerra Mundial, Zelenski ha contraatacado convocando a los líderes europeos en Kiev ese mismo día y con el mismo objetivo: reflejar la distancia que existe hoy entre Moscú y el resto de Europa.